18 de septiembre de 2013

PARALELOS



                

El  barco de los adioses.  Pablo Neruda.

Desde la eternidad navegantes invisibles vienen llevándome  a través de atmósferas extrañas, surcando mares desconocidos. El espacio profundo ha cobijado mis viajes que nunca acaban. Mi quilla ha roto la masa movible de icebergs relumbrantes que intentaban cubrir las rutas con sus  cuerpos polvorosos. Después navegué por mares de brumas que extendían sus nieblas entre otros astros más claros que la tierra. Después por mares blancos, por mares rojos que tiñeron mi casco con sus colores y sus brumas. A veces cruzamos la atmósfera pura, una atmósfera  densa, luminosa que empapó mi velamen y lo hizo fulgente como el sol. Largo tiempo nos deteníamos en países domeñados por el agua o por el viento. Y un día -siempre inesperado- mis navegantes invisibles, levantaban mis anclas y el viento hinchaba mis velas  fulgurantes. Y era otra vez el infinito sin caminos, las atmósferas astrales abiertas sobre llanuras inmensamente solitarias.
Llegué  a la tierra, me anclaron en un mar, el más verde, bajo un cielo azul que yo no conocía. Acostumbradas al beso verde de las olas, mis anclas descansan sobre la arena de oro del fondo del mar, jugando con la flora torcida de su hondura, sosteniendo las blancas sirenas que en los días largos vienen a cabalgar en ellas. Mis altos y derechos mástiles son amigos al sol, de la luna y del aire amoroso que los prueba. Pájaros que nunca han visto se detienen en ellos después de un vuelo de flechas, rayan el cielo, alejándose para siempre. Yo he empezado a amar este cielo, este mar.
He empezado a amar a estos hombres.
Pero un día, el más inesperado, llegarán mis navegantes invisibles. Llevarán mis anclas arborecidas en las algas de agua profunda, llenarán de viento mis velas fulgurantes...
Y será otra vez el infinito sin caminos, los mares rojos y blancos que se extienden entre otros astros eternamente solitarios.


Guardando las manos en cada obra, con cada palabra creando un mundo para que ampare a ambos en el paralelismo de este espacio. Con la voz nocturna reavivando las nobles memorias, siempre las nobles. Quedarse sin habla al revivir el instante del encuentro, quedarse sin aliento con la despedida, inmutables siempre.
En aquella estación, rioja, le dio un giro a aquellas vidas.


Iván Ferreiro / fin de la eternidad. 



1 comentario:

Sir Sabbhat dijo...

Pero hay cosas que no mueren

y otras que nunca vivieron
y las hay que llenan todo
nuestro universo.

Y no es posible librarse
de su recuerdo.

-José Hierro