El
barco de los adioses. Pablo Neruda.
Desde la eternidad navegantes invisibles
vienen llevándome a través de atmósferas
extrañas, surcando mares desconocidos. El espacio profundo ha cobijado mis
viajes que nunca acaban. Mi quilla ha roto la masa movible de icebergs
relumbrantes que intentaban cubrir las rutas con sus cuerpos polvorosos. Después navegué por mares
de brumas que extendían sus nieblas entre otros astros más claros que la
tierra. Después por mares blancos, por mares rojos que tiñeron mi casco con sus
colores y sus brumas. A veces cruzamos la atmósfera pura, una atmósfera densa, luminosa que empapó mi velamen y lo
hizo fulgente como el sol. Largo tiempo nos deteníamos en países domeñados por
el agua o por el viento. Y un día -siempre inesperado- mis navegantes
invisibles, levantaban mis anclas y el viento hinchaba mis velas fulgurantes. Y era otra vez el infinito sin
caminos, las atmósferas astrales abiertas sobre llanuras inmensamente
solitarias.
Llegué
a la tierra, me anclaron en un mar, el más verde, bajo un cielo azul que
yo no conocía. Acostumbradas al beso verde de las olas, mis anclas descansan
sobre la arena de oro del fondo del mar, jugando con la flora torcida de su
hondura, sosteniendo las blancas sirenas que en los días largos vienen a
cabalgar en ellas. Mis altos y derechos mástiles son amigos al sol, de la luna
y del aire amoroso que los prueba. Pájaros que nunca han visto se detienen en
ellos después de un vuelo de flechas, rayan el cielo, alejándose para siempre.
Yo he empezado a amar este cielo, este mar.
He empezado a amar a estos hombres.
Pero un día, el más inesperado, llegarán
mis navegantes invisibles. Llevarán mis anclas arborecidas en las algas de agua
profunda, llenarán de viento mis velas fulgurantes...
Y será otra vez el infinito sin caminos,
los mares rojos y blancos que se extienden entre otros astros eternamente
solitarios.
Guardando las manos en cada obra, con
cada palabra creando un mundo para que ampare a ambos en el paralelismo de
este espacio. Con la voz nocturna reavivando las nobles memorias, siempre las
nobles. Quedarse sin habla al revivir el instante del encuentro, quedarse sin
aliento con la despedida, inmutables siempre.
En aquella estación, rioja, le dio un
giro a aquellas vidas.
Iván Ferreiro / fin de la eternidad.
1 comentario:
Pero hay cosas que no mueren
y otras que nunca vivieron
y las hay que llenan todo
nuestro universo.
Y no es posible librarse
de su recuerdo.
-José Hierro
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