Siempre suspiraba cada que su tarde se
despedía,como si fuera la última por ver,
la que había de resguardar entre las
paredes de su memoria. Sus mañanas, cálidas cuando así debían ser, y frías, así
se vivían; un despertar para no volver a cerrar los ojos, para no perderse
ningún fragmento de su día.
Devorar los sutiles e intensos colores
que se fijan en cada nuevo panorama, en cada espontáneo rostro que cruza su
vereda, su mirada. Observarse a distancia mientras se abandona al aire, al
trinar de las aves, a cualquier sonido, que distraído, encuentra en su escucha
su mejor escenario.
Amargo, cítrico, dulce y todo un
encanto a su destino paladar, que cada día aguardaba por verse sorprendido ante
nuevos sabores visitantes. Los aromas arribaban a otro destino con la grata
certeza de que jamas volverían a conjugarse y otorgar tanta alegría.
Así la vida con todas sus gratas
texturas transcurría, en esa vida, un latir que se despedía cada día de esta
manera de vida, un latir que se renovó cada que iluminaba su vista.
A la conciencia de tu existencia.
Panorama verde con aroma a brea.