viva que nunca la fuerza del dios de las mil formas, y
así mismo adquiriendo una u otra, sin acogerse a ninguna, totalmente libre de
la servidumbre de la voluntad, muerto en vida y vivo en la muerte...
Todo el miedo a lo fugaz desaparecía en el dulce
placer que proporciona la liberación del cuerpo. Con el paso de las horas, le
parecía hundirse cada vez más en la oscuridad, en la roca y en la negra raíz de
la tierra, y, sin embargo, se sabía
portador de un germen nuevo, tal vez un gusano que escarba en la tierra, o una
planta que pugna por salir al exterior empujando con su tallo, o tan sólo una
roca que reposa, fresca, en la bendita inconsciencia de la existencia.
Dieciocho días gozó Virata del misterio divino de
contemplación abnegada, libre de su propia voluntad y del instintivo deseo de
vivir. Lo que hacía en un acto de expiación se le reveló como una bendición, y
sabía en su fuero interno que culpa y fatalidad no eran sino visiones del
eterno anhelo del saber.
Stefan Zweig.
... despertó al día diecinueve. Con los ojos del
hermano eterno contemplándolo.
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