10 de enero de 2013

OJOS DEL HERMANO ETERNO




...con cada día que pasaba, los ojos de Virata se volvían más claros; de la oscuridad salían a su encuentro las cosas, que confiaban sus formas a los sentidos del preso. También de su interior, sumido en una contemplación serena, se apoderaba la luz: el suave aire de la reflexión que sin querer se expandía más allá de su reflejo, el recuerdo, jugueteaba con las formas de las transmigraciones, igual que las manos del encadenado con los guijarros de las profundidades. Oculto ante sí mismo, cautivo e inmóvil, ignorante de los contornos de su propio cuerpo en la oscuridad, sentía más 
viva que nunca la fuerza del dios de las mil formas, y así mismo adquiriendo una u otra, sin acogerse a ninguna, totalmente libre de la servidumbre de la voluntad, muerto en vida y vivo en la muerte...
Todo el miedo a lo fugaz desaparecía en el dulce placer que proporciona la liberación del cuerpo. Con el paso de las horas, le parecía hundirse cada vez más en la oscuridad, en la roca y en la negra raíz de la tierra, y,  sin embargo, se sabía portador de un germen nuevo, tal vez un gusano que escarba en la tierra, o una planta que pugna por salir al exterior empujando con su tallo, o tan sólo una roca que reposa, fresca, en la bendita inconsciencia de la existencia.
Dieciocho días gozó Virata del misterio divino de contemplación abnegada, libre de su propia voluntad y del instintivo deseo de vivir. Lo que hacía en un acto de expiación se le reveló como una bendición, y sabía en su fuero interno que culpa y fatalidad no eran sino visiones del eterno anhelo del saber.

Stefan Zweig.


... despertó al día diecinueve. Con los ojos del hermano eterno contemplándolo.

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