29 de septiembre de 2013

Pixcayān


                       


...cada semilla aguardo paciente entre el adobe, aquí están una vez mas, y así cada otoño convertidas en flores reavivan los muros del tiempo. Y en este sitio al unisono del viento frío el quebranto de las hojas se pueden sentir. Altas las hierbas con su grata visita de flores se van sutilmente tiñendo como notas en pentagramas, como agua de río sobre los cerros...
Encantador festejo a la vida, a la memoria selecta de este todo, y ahí en cada centímetro de los paisajes con sus perfumes de tejocote se refleja un eterno collage de virtudes, un eterno ramo de nobleza, un eterno mural de mil sentires, un eterno azul, una eterna obsidiana...


*Eres tu mi otoño, manifestación consciente del poder de la vida de años y años de evolución.*


... en las bardas te encuentras hoy. siempre.

 El otoño

Ya el sol, Platero, empieza a sentir pereza de salir de sus sábanas, y los labradores madrugan más que él. Es verdad que está desnudo y que hace fresco.
¡Cómo sopla el norte! Mira, por el suelo, las ramitas caídas; es el viento tan agudo, tan derecho, que están todas paralelas, apuntadas al sur.
El arado va, como una tosca arma de guerra, a la labor alegre de la paz, Platero; y en la ancha senda húmeda, los árboles amarillos, seguros de verdecer, alumbran, a un lado y otro, vivamente, como suaves hogueras de oro claro, nuestro rápido caminar...

Juan Ramón Jiménez 


Pedro Aznar/si no oigo mi corazón


 Gustavo Cerati/Llegaste

18 de septiembre de 2013

PARALELOS



                

El  barco de los adioses.  Pablo Neruda.

Desde la eternidad navegantes invisibles vienen llevándome  a través de atmósferas extrañas, surcando mares desconocidos. El espacio profundo ha cobijado mis viajes que nunca acaban. Mi quilla ha roto la masa movible de icebergs relumbrantes que intentaban cubrir las rutas con sus  cuerpos polvorosos. Después navegué por mares de brumas que extendían sus nieblas entre otros astros más claros que la tierra. Después por mares blancos, por mares rojos que tiñeron mi casco con sus colores y sus brumas. A veces cruzamos la atmósfera pura, una atmósfera  densa, luminosa que empapó mi velamen y lo hizo fulgente como el sol. Largo tiempo nos deteníamos en países domeñados por el agua o por el viento. Y un día -siempre inesperado- mis navegantes invisibles, levantaban mis anclas y el viento hinchaba mis velas  fulgurantes. Y era otra vez el infinito sin caminos, las atmósferas astrales abiertas sobre llanuras inmensamente solitarias.
Llegué  a la tierra, me anclaron en un mar, el más verde, bajo un cielo azul que yo no conocía. Acostumbradas al beso verde de las olas, mis anclas descansan sobre la arena de oro del fondo del mar, jugando con la flora torcida de su hondura, sosteniendo las blancas sirenas que en los días largos vienen a cabalgar en ellas. Mis altos y derechos mástiles son amigos al sol, de la luna y del aire amoroso que los prueba. Pájaros que nunca han visto se detienen en ellos después de un vuelo de flechas, rayan el cielo, alejándose para siempre. Yo he empezado a amar este cielo, este mar.
He empezado a amar a estos hombres.
Pero un día, el más inesperado, llegarán mis navegantes invisibles. Llevarán mis anclas arborecidas en las algas de agua profunda, llenarán de viento mis velas fulgurantes...
Y será otra vez el infinito sin caminos, los mares rojos y blancos que se extienden entre otros astros eternamente solitarios.


Guardando las manos en cada obra, con cada palabra creando un mundo para que ampare a ambos en el paralelismo de este espacio. Con la voz nocturna reavivando las nobles memorias, siempre las nobles. Quedarse sin habla al revivir el instante del encuentro, quedarse sin aliento con la despedida, inmutables siempre.
En aquella estación, rioja, le dio un giro a aquellas vidas.


Iván Ferreiro / fin de la eternidad. 



7 de septiembre de 2013

BAIKAL


Leonor de Aquitania 

Llueve otra vez, llueve de nuevo, llueve.
Siempre el amor me llega con la lluvia,
sobre la tierra una llovizna  breve
y aquí en mi corazón, cuánto diluvia.
Llueve, y el agua cae sin relieve.
Sobre las praderas ávidas de lluvia.
Aquí en mi corazón, como remueve;
aquí en mi corazón, como diluvia.
Siempre el amor me llega así, sin ruido.
Con silencioso paso estremecido:
niebla menuda, que después diluvia.
Siempre el amor me llega así, callado,
con silencioso andar desesperado
y no sé donde estás, y está la lluvia.

... formando lagos, mares para nadar y disfrutar de la inmensidad.





the national/lucky you